Los movimientos artísticos del siglo XX se diferenciaron en muchas cosas de
cualquier otra corriente artística a lo largo de la historia, pero una cosa que
tuvieron de peculiar y en común, con algunos también del XIX, fueron los
manifiestos, que son “declaraciones públicas
de principios e intenciones”. Cada movimiento, además de inventar una
forma nueva de hacer arte, aunque dudo que algunos de arte tengan algo, lo
primero que hacían era decir de forma taxativa en lo que consistían y en también
manifestar, que para eso eran manifiestos, que el suyo era el verdadero arte y
que fuera de ellos, el arte no existía, negando la mayoría, todo el arte
anterior, y algunos diciendo, pobres imbéciles, que, por ejemplo, un coche de
carreras era mucho mas arte que la Victoria de Samotracia, como fue el
caso de los Futuristas, en su manifiesto, escrito por el poeta Marinetti.
Se dice que, solo en el plano
artístico, se escribieron unos quinientos manifiestos. Cada dos por tres, salía
un baboso nuevo, proclamándose genio y soltando alguna lindeza como la descrita.
Pero cada uno es muy libre de decir lo que quiera, como es mi derecho el
pensarles babosos. Lo peor, para mi, está en los intelectuales del arte, en la crítica, en la
prensa, que les
ensalzaba y jaleaba. Claro que, entiendo perfectamente el papel de esta gente,
ya que “la pela es la pela” y había y hay mucho pela en juego en todo esto, ya
que, al final de la cadena, siempre existe un coleccionista que paga, también
pensando solo en hacer negocio, y eso es lo
importante.
Pues bien, al igual que en los
movimientos artísticos, esta situación se dio y se da en los movimientos
políticos, que cada uno que sale o que permanece, suelta su genialidad y se
proclama único y verdadero, como todas las religiones. Y es que el papanatismo
humano no tiene límites.
Y como el tema que me centra ahora,
es el político, pues a él voy.
En unos momentos en los que la
política está muy revuelta, lo único que parece importar a cada cual, eso si,
siempre en nombre de la sociedad y de los ciudadanos, que se llenan la bocaza
todos de decirlo, es proclamar su verdad única, su saber “genial” sobre
soluciones, y su decir que el único camino posible para encontrar El Dorado, son
ellos, cada uno el suyo,
y que lo demás son patochadas, extremismos y ganas de colocarse,
pero que ellos son espíritus puros. Y por supuesto, como en lo del arte que
comento, lo único que importa a cada cual es “la pela”, que siempre ha sido lo
primero, pero hoy lo es más que nunca.
Y el escribidor, que se siente
mísero, indefenso y cansado, muy cansado, de escuchar a imbéciles, y que solo
desea la honradez en lo público, desearía descansar de eso, de tanto imbécil
como hay suelto en la vida pública. Pero el escribidor, palabreja usada, creo
recordar, por Vargas Llosa, no tiene forma de evadirse, de poder descansar, de
dejar de oír cosas sobre la magnificencia de las ideas y la pureza de los
espíritus, y se jode y baila, y soporta por todos sitios, el bombardeo de
mensajes y lo sublime de las intenciones. Y el escribidor, que quiere huir, solo
huir, al menos unos días, no puede hacerlo y continua siendo constantemente
torturado a todas horas, excepto cuando está durmiendo, aunque también, a veces,
sueña con ello. Es por ello, que, el escribidor manifiesta también a veces, la
tristeza porque los tiempos de la guillotina pertenezcan al pasado, y no podamos
gozar del bonito espectáculo que supondría el verla trabajar, por ejemplo, en la
plaza Mayor, durante unos días. Dicen que durante la Revolución , las señoras iban a
sentarse junto a “madame Guillotine”, y mientras que ésta hacía su trabajo,
ellas hacían punto y reían, Hay días en los que estaría dispuesto a aprender a
tricotar, con tal de reverdecer aquellos momentos y disfrutarlos en primera
persona, viendo una larga fila de políticos y otros entes de similar
pelaje, “pasar por
caja”. Pero hoy no tenemos, desgraciadamente, a Robespierre, por ahí suelto.
Y todo esto, motivado por el hecho
de que no es posible dejar de oír y ver cada día alguna, normalmente varias, lindezas
de megalomanía, pureza de espíritu y posesión de la verdad del payaso de turno.
Payasos, pero que creo que hacen mucho mal, al menos a mi. Pero bueno, al fin y
al cabo, las líneas anteriores, son otra lindeza, tal vez el manifiesto, de otro
payaso, que le pide peras al olmo. Y eso no es posible, que los olmos no dan
peras, como tampoco lo es lo de librarse de toda esa gentuza.
Necesita decir esto, y lo digo. Tal
vez necesitaba lanzar yo también mi manifiesto. Mañana trataré de recuperar el optimismo.